Pecado capital [21-08-2179]

Apoyó la mano en la pared del pasillo, intentando reponerse y dejando absolutamente todo su peso en ella. Su espalda estaba doblada hacia delante, y su torso encogido por el dolor incesante. Le había costado horrores descender desde su cabina hasta el nivel 3, y sorprendentemente no se había encontrado con nadie de la tripulación por el camino. Puede que incluso mejor, tampoco era necesario alarmarles... lo que le ocurría no podía ser tan grave, ¿no? Lo cierto es que no lo sabía, pero el dolor era terrible y sus piernas flaqueaban como no le habían flaqueado si quiera con una herida de bala.

Avanzó como pudo y llegó hasta el comedor, vacío, donde se apoyó por unos instantes en una de las sillas y miró hacia su objetivo, su meta. Solo necesitaba dar unos pocos pasos más. Apretando los dientes y con un gesto de terrible dolor en su rostro, salvó la distancia que había hasta la compuerta, que se abrió automáticamente ante su presencia, y se apoyó con todo el cuerpo en el metálico marco, precipitándose en el interior de la enfermería. Por suerte Quionia se encontraba allí, y aunque no fue capaz de sonreír por el éxito, intentó hacer un gesto de entusiasmo con el brazo que se quedó en un mero movimiento lento y torpe, de un lado a otro.

- Doctora... cre-creo que... no me encuentro demasiado bien. - Por la cara que puso la asari, no debía de tener tampoco muy buen aspecto. Se miró la mano y pudo ver como estaba pálida como la nieve, y por el frío que sentía en sus mejillas, pudo imaginarse que así era también su rostro. Su respiración era entrecortada, tanto por el esfuerzo como por el incesante dolor de su abdomen, que lo hacía todavía encogerse. - Cre-creo que...

Redondo, como si se hubiera convertido al instante en un maniquí, el capitán cayó hacia delante y, sin darse siquiera tiempo de protegerse con los brazos, se estampó de llenó contra el frío suelo de la enfermería.

Me encontraba ensimismada en mis anotaciones sobre cierta afección cuando, de repente, la puerta de la enfermería se abrió. No pude evitar sorprenderme y guardar mis papeles rápidamente, rememorando aquellos años de mi infancia en las que deseaba evitar a toda costa que madre diera con mi diario.
Nada más ver al capitán, me levanté de la silla y caminé hacia él con el ceño fruncido y un gesto de preocupación.

-¡Capitán!- vi cómo se caía de bruces al suelo aterrizando con la cabeza y la parte alta del pecho. Se trataba de una caída problemática, podría incluso haberse desplazado la caja torácica y entonces tendríamos muchos problemas. Me acerqué a toda velocidad hacia él y, antes de tocarlo si quiera, me aseguré de que siguiera consciente.

-¿Puede oírme?- el gimoteo que se escuchaba bajo aquella capa de músculo y metal fue suficiente para darme por respondida. Le agarré como pude de los hombros y traté de levantarlo, pero pesaba demasiado para mí. Me incorporé y respiré profundamente. Miré a ambos lados, no quería que nadie me viera haciendo aquello. Después cerré los ojos y cuando los abrí, todo era diferente: podía ver la esencia de Winters rodeada de toda una corriente de energía que formaba parte de la Conciencia Universal. Alcé mis manos para manipular esa energía y, como resultado, el capitán comenzó a flotar.

Mi biótica lo llevó hasta la camilla y, con un suave giro, lo puso boca arriba. Volví a acercarme.

-¿Qué le ocurre? Necesito que hable conmigo para hacer un diagnóstico más rápido...- pero el hombre parecía demasiado dolorido, aunque sus manos se concentraban sobre el estómago así que ...

Comencé a deslizar la cremallera de su traje de abordo hasta que pude observar el torso del Capitán. Simplemente la pérdida de presión por parte de la ropa pareció aliviar en parte su malestar, por lo que empecé a atar cabos.

-Necesito que me diga si esto le duele, ¿de acuerdo?- mi voz emergía más dulce de lo normal. Los aquejados son mi debilidad y adoro cuidarlos como si fueran mis pequeños. Apoyé los dedos sobre determinadas partes de su abdomen y di un pequeño golpe, para comprobar las vibraciones del estómago o zonas endurecidas debido a alguna inflamación. Jason parecía tan bien... formado, como en otras ocasiones, así que descarte una lesión física.

El mero hecho de que apretara con los dedos en su abdomen hizo que se encogiera de dolor, diera un ligero salto en la camilla y soltara un grito de dolor.

- ¡¿Pero es que pretendes matarme?! - Por primera vez desde que entrase a rastras a la enfermería, se le entendieron a la perfección todas las palabras. Aquello era algo que solía decirle el capitán a la doctora siempre que pasaba por allí, ya fuera para tratarle una herida de bala o ponerle una simple inyección contra alguna enfermedad. La asari ya estaba acostumbrada.

Echó la cabeza hacia atrás unos instantes, apoyándola en la camilla, y luego volvió a erguirse ligeramente sujetándose con ambas manos el vientre, como si se le estuvieran saliendo las tripas. El hecho de haber estado expuesto a la biótica de la doctora debería haberle afectado y darle, al menos, náuseas. Pero ni siquiera eso, su vientre parecía ser ahora mismo una placa sólida de hierro.

- E-es... lo que comí... - El capitán no fue capaz de pronunciar nada más, y se encogió de nuevo en un ataque de dolor más fuerte que el anterior. Con la vena de la frente a la vista por el esfuerzo y aún en la camilla, aguardó su terrible final.

No pude evitar poner los ojos en blanco ante los lloriqueos del capitán. Normalmente soy una persona muy mental, que piensa las cosas cien veces y acalla los malos comentarios con sonrisas. No obstante, aquel no era mi día...

-¡Oh, por favor Jason!¡Te estás comportando como un bebé!- el capitán no hacía más que quejarse y gimotear. Se apretaba el estómago como un chiquillo y daba tumbos sobre la camilla sin rumbo fijo. -Si es algo que has comido, lo mejor será un lavado de estómago. Aunque...- le forcé a mirarme y comprobé en su mirada que sus pupilas estaban dilatadas. Fruncí el ceño y coloqué mis dedos sobre su cuello, calculando mentalmente las pulsaciones de su corazón.

-Está muy agitado... demasiado quizás...- recordé la posición de Winters y recuperé el respeto que me merecía. Comencé a moverme más rápido. Era posible que todo aquello no fuera sólo teatro. Apagué las luces y accioné el sistema de visión periférica; la radiación impactó sobre el abdomen del capitán directamente desde el aparato y comencé a realizar las lecturas que la espectrómetro de masas me ofrecía.

-Capitán... es posible que esté intoxicado...- dejé el holo sobre la mesa y me acerqué de nuevo a Jason, inclinándome junto a él y hablándole pausada pero muy claramente. Mis manos se dirigieron a su frente, tratando de calmarle mientras le susurraba.

-Jason... escúcheme... necesito que me diga qué es lo que ha comido y dónde... ¿Lo ha comido a bordo? ¿Guardaba comida de algún otro lugar? ¿Se ha asegurado de que los alimentos eran levógiros... verdad?

Sin moverse de la camilla, aún con los brazos sujetándose la tripa y sin dejar a un lado la agitada respiración, soltando de vez en cuando un quedo quejido de dolor, el capitán fue escuchando como podía todas las indicaciones y comentarios de la asari. De no ser por el terrible dolor, le habría podido explicar lo que ocurría con ciertos detalles. Se limitó a asentir con la cabeza por unos instantes, y luego tan solo escuchaba trastear a su alrededor.

Unas manos suaves le alzaron el rostro, y poco a poco, fue notando como algo se introducía por sus fosas nasales. No le dolía, ni siquiera le provocaba angustia ninguna; NADA podía compararse al dolor que sufría. Entreabrió los ojos como pudo, y podía ver como la sonda se perdía en algún punto de su visión, justo debajo de él. Al otro extremo de esta, un aparato estaba listo para bombear algún tipo de líquido... iba a realizarle un lavado de estómago. En la oscuridad, la pantalla que tenía la doctora frente a sí se iluminó, y poco a poco fue dando una imagen clara de qué era lo que ocurría ahí dentro.

Winters levantó el brazo ligeramente para hacerse oír.

- Han sido... han sido ellos... - Su voz sonó ronca, como si estuviera al borde de la muerte. La asari le observó con el ceño fruncido por unos instantes, mientras la pantalla aún cargaba una imagen clara. - Esos... esos malditos...

Por la cara que puso Quionia cuando finalmente la pantalla mostró nítidamente la proyección, supo que ni siquiera le hacía falta terminar la frase.

Me sentí la persona más estúpida de la galaxia. No sólo eso, sentí que había dotado de un drama inexistente aquella situación. Me pregunté por qué había sentido esa ansiedad cuando miraba el rostro sudoroso de Jason, es cierto que era mi Capitán, pero no debería mostrarme tan aprensiva con gente con la que no tenía vínculos sentimentales... ¿o los tenía? Creo que mi reacción habló por sí misma.

-Jason Winters...- mi cara se hundió en el hueco que creaba mi mano derecha mientras, con la otra, iba desconectando todos los aparatos inútiles. Me giré hacia él y permití que mi cara emergiera de entre las manos. Mis ojos se clavaron en los suyos de forma acusadora y mis labios se apretaron.

-¿Acaso tienes idea del susto que me has dado?- señalé la pantalla con dedo acusador mientras le observaba con el ceño fruncido. -¿Ésta es tu gran intoxicación? ¿Tu causa de muerte? ¡Tienes un empacho de candyclowns!- el hombre seguía gimoteando y rodando de un lado para otro sobre la camilla.

-¡Por la Diosa, qué hombre más infantil!- me acerqué a él y comencé a quitarle la sonda de mala manera. Al sustraer las gomas, la nariz del capitán comenzó a moquear y mi cara a volverse cada vez más blanca de tensión.

-Ten, tómate estas dos pastillas y prepárate para una noche movidita en el retrete...- dejé un protector gástrico y un potente laxante sobre su mano y después me senté en mi silla de trabajo. Poco a poco, todo empezó a perder seriedad y a resultar cada vez más jocoso. El aspecto de Jason era lamentable, semidesnudo, moqueando, con la mano apretada en torno a un laxante y encogido como un bebé... y todo por un atracón de golosinas. Era demasiado como para no sentir ternura. Sonreí y negué con la cabeza, derrotada por aquel hombre.

Esos malditos caramelos.

No esperaba semejante reacción por parte de la asari, esperaba una reprimenda que recibió mentalizado pero no que le quitara la sonda y le dejara a merced de su dolor, al borde de la muerte. Por el dolor estaba claro que así era.

- Pe... pero... ¿Quién eres, mi madre? - Fue capaz de preguntar. - Oh, hola mamá. Te re... te recordaba menos violeta y con más...

Se detuvo de golpe debido a la arcada de angustia que le provocó el poco delicado tirón de la sonda, que la asari había arrancado de mala manera. Hecho esto, todo su cuerpo pareció venirse arriba... literalmente. Se impulsó de la camilla, y agarrando la bandeja de metal que iba a servir de apoyo para el lavado, desechó por la boca un jugo mezcla de bilis y... no sabía lo que era, pero su boca se inundó de un sabor dulce y amargo al mismo tiempo.

- Cre... creo que no será necesario. - Sujetó con la mano las pastillas, pero las dejó en el suelo rápidamente mientras le venía una nueva arcada. No expulsaba nada salvo aquel jugo, y en poca cantidad, por lo que pudo imaginarse que su vientre era en aquel momento un bloque de azúcar. Cuando fue capaz de reponerse, medianamente y aún con el terrible dolor en el vientre, se sentó en el suelo con la espalda apoyada en la camilla. Alzó la caja de pastillas frente a sí. Sin dudarlo un instante se llevó dos de ellas a la boca y las tragó. - Guárdate... guárdate ese purgador de estómago... lo único que necesito es que... es que tengáis una nueva excusa paraurrgh...

De nuevo soltó aquella bilis sobre la bandeja metálica.

No sabía muy bien qué podía hacer en esa situación, o qué quería Winters que hiciera, así que me quedé mirándolo con gesto apenado pero también algo divertida. La situación era jocosa y, desde luego, aunque el pobre hombre lo estuviera pasando mal no se iba a morir de ésta. Trasladé mi silla hasta situarla delante de él y me senté con los codos sobre mis muslos y la cabeza sobre mis manos.

-¿Una nueva excusa para qué? Ains... ¡qué glotón te he criado!- reí la gracia y comprobé cómo Jason se doblaba una y otra vez sobre la pobre bandeja. El olor de la bilirrubina comenzó a inundar la habitación pero, por suerte o por desgracia, estaba más que acostumbrada a los diferentes olores que los efluvios corporales podían desprender. El peor de todos ellos era el olor de los cadáveres salarianos; se descomponían a la misma velocidad a la que maduraban lo que provocaba que las concentraciones de sulfuros anhidros fueran mucho más mayores. Es como si un cadáver de apenas unas horas llevara semanas en podredumbre.

-¿Quieres que te acompañe a tu cuarto o que te deje descansar aquí? Si cierro la puerta y enciendo las luces de cirugía nadie te molestará.- intenté ser lo más amable posible. Los hombres humanos en aquellas situaciones sufrían regresiones infantiles con demasiada frecuencia. -Lo que quieras, Jay.- había empezado a llamarle así en mis pensamientos y aquella vez se me escapó. Winters era una persona con muchos rostros; capitán serio y efectivo, hombre de guerra veterano, amante de dudosa habilidad (según dice Sha, aunque creo que es sólo por meterse con él), niño grande con gran ternura y sobretodo gran comedor. Es cierto que los humanos suelen suscitar en nosotras una gran curiosidad, pero suponía que dicha curiosidad era fundamentada en la medicina y no trasgredía los límites profesionales. En ese momento comprendí que me equivocaba, me estaba encariñando del niño grande.

A duras penas logró incorporarse apoyándose en la camilla, y sujetando con la mano libre la bandeja del desastre. Con un gesto del brazo, como diciendo "yo me encargo", abrió la lata de desechos de la enfermería y dejó caer dentro la bandeja, ruidosamente. Se apoyó por unos instantes en la camilla con la cadera, como tomando aliento por el enorme esfuerzo. Aún seguía gimiendo dolorosamente con los ojos casi cerrados y el gesto de dolor y molestia en su rostro, aunque la convirtió por unos instantes en una sonrisa antes de responder.

- ¿Jay? ¿Pero qué clase de insubordinación es esa? - Negó con un nuevo gesto la proposición de ayuda de la asari y se incorporó, dando varios pasos hacia delante. Tanto por su forma de hablar como de caminar cualquiera diría que se encontraba bajo los efectos del alcohol. Tras varios pasos se apoyó en la siguiente camilla, ya cerca de la entrada, y seguía parloteando sin darse la vuelta. - Jay, demonios. Ni mi madre me llamaba así, por mucho que pretendas ponerte hoy en su pellejo. Que no... uurghh... ¡Que no se repita!

Aún doblado por la mitad, avanzó hasta la puerta y la atravesó murmurando todo tipo de cosas ininteligibles, acompañadas de más de un quejido de dolor.